Una sociedad anclada

SARA ROQUETA. 2ºBACHILLERATO ¿Cuándo fue la última vez que miraste y remiraste tu reloj para que acabara una clase?, ¿cuántas veces has asistido a esa lucha entre tus párpados y la voz del profesor? Es evidente que más de una y no con poca frecuencia y de ahí, surge la escisión entre si la culpa es del profesor o del alumno.
Como afirma Ken Robinson, educador, escritor y, además, experto en materia de creatividad, calidad de enseñanza, innovación y recursos humanos, tres son los objetivos que tendría que conseguir la enseñanza: una educación económica, de índole cultural y personal. En lo económico estamos fallando al completo. Aún creemos que la vieja estructura patentada durante el inicio de la revolución industrial sirve para el siglo XXI, y no. Ya no queremos una educación que nos forme desde lo sistemático, como si fuésemos auténticas máquinas que solo entienden el idioma de una repetitiva cadena. ¿De qué nos sirve tanto memorizar si, quieras o no, solo acabas reteniendo lo que de verdad te interesa? Es ahí donde entra en juego el objetivo personal de la enseñanza. Una enseñanza que sepa sacar lo mejor de cada alumno, que no dictamine cuales son las asignaturas adecuadas para un futuro laboral pero sobre todo, que no cree separatismos entre el ámbito científico y humanístico.
Nos atamos al pensar que en la perfecta ejecución de las tareas se encuentra lo ideal, lo adecuado y mientras, ignoramos que en las emociones también podemos encontrar una vía hacia la enseñanza. Así es como tendrían que estar enfocadas ciertas asignaturas y se evidenciaría un espacio claro donde poder dejar que el alumno despliegue su creatividad sin ejercer presiones. Quizás así descubriríamos que no hay malos estudiantes, sino estudiantes desmotivados porque, ¿quién determina la inteligencia de cada uno de nosotros? Nadie. Cada persona tiene unas cualidades propias que hay que explotar y es a eso a lo que me refiero cuando digo que con presiones solo se frenan. Hacemos que el viaje de la enseñanza no se disfrute, que no haya pasión ni emoción.
Sin salir del tema en cuestión, Ken Robinson apunta: "Si no estás dispuesto a equivocarte nunca llegarás a nada original". Si esto lo trasladamos al mundo de la educación, donde el fracaso, está visto como una negación al consiguiente desarrollo del alumno, nos cruzamos con que tenemos que cambiar esa perspectiva. Dejar de ver que un suspenso significa el desastre cuando realmente, no es más que un pequeño impulso hacía el aprendizaje, o lo que es lo mismo, nos da las alas para la búsqueda de soluciones.
A fin de cuentas, el tan polarizado y problemático tema de la educación, es algo que siempre va estar en el punto de mira y receptor de críticas. Una vez más, ¿será culpa del profesorado o del alumno? Lo cierto es que el cambio no puede venir solo por uno de los dos extremos, sino por parte de la colectividad, por parte de una sociedad que navega con el ancla oxidada en el pasado.

 
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